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Concurso de cuentos retrofuturistas 2017– 3er Puesto – Memorias perdidas por Liliana Celeste

Me despertó el llanto de un niño. Me levanté de la cama, las sienes me latían, estaba mareada. Tomé al niño en mis brazos para calmarlo, sonrió y balbuceó unas palabras… reconocí a Zander, mi hijo… pero el resto de recuerdos eran confusos.

 

Estaba en una habitación con paredes blancas. Había una puerta de madera, intenté abrirla pero estaba cerrada por fuera. La única ventana se ubicaba a la altura del techo y era alargada, bajo ésta había una mesa con varios objetos, los hice a un lado, me subí a la mesa para alcanzar la ventana y atisbar el exterior: Sólo divisé un vasto desierto.

 

Examiné la casa: Un sillón de madera tallado y deteriorado terciopelo rojo vino contrastaba con la sencillez de los otros muebles de madera rústica. El mobiliario constaba de una estufa, un estante con trastes de cocina, una mesa, dos sillas, una palangana, una cama grande, la cuna en donde Zander jugaba con un muñeco de trapo, una cómoda y un baúl. Los recuerdos se aclararon… era el lugar donde vivía con mi esposo y nuestro hijo.

 

Pero… ¿Por qué la puerta estaba cerrada por fuera y mi esposo me mantenía encerrada?. Sabía que no era abusivo, éramos felices en la medida que podíamos serlo en éste mundo devastado. ¡Ah, mis lagunas mentales!… la última vez que salí me perdí, Thomas y Charles me encontraron vagando cerca del basural tóxico.

 

Ordené los objetos que hice a un lado para encararme sobre la mesa y atisbar por la ventana: Una geoda, un cuarzo cristal y un trozo de pizarra… recordé que Thomas me los regaló, procedían de la mina de carbón donde trabajaba. Oscurecía, Thomas regresaría pronto.

 

Encendí el lamparín y la estufa para cocinar. Los mineros recibían cada quince días una cantidad de avena y carne seca, ingredientes con los que preparaba una especie de potaje. Las provisiones escaseaban en todo el país, deberíamos considerarnos afortunados por tener que comer.

 

Thomas llegó. Dejó su casco de bronce con extraños engranajes y visera de mica sobre la mesa, tenía el cabello rapado y una cicatriz que le partía el labio inferior hasta el mentón… me besó. Se quitó el uniforme y se acercó a la palangana para asearse. Su brazo derecho era mecánico, un artilugio que lo hacía más fuerte y hábil para el trabajo en la mina… y en el lado izquierdo de su torso, debajo del pectoral, tenía un implante metálico con tres viales llenos de un líquido verde.  

 

No me acostumbraba a verlo con ésas modificaciones. Recordé como era antes: Tenía el cabello rubio y sus ojos eran azules cómo lo era el cielo antes de la catástrofe… ahora el cielo y su mirada tenían un color gris. Después de casarnos me llevó a una villa al sur de la ciudad, pasábamos las tardes paseando en los campos de lavanda y haciendo planes para el futuro. Thomas pensaba invertir su herencia en acciones del ferrocarril… entonces estalló la guerra… una mañana vimos los dirigibles del país invasor cruzando el cielo, al mediodía el horizonte se pintó como si cayera la tarde y supimos que la ciudad había sido bombardeada…

 

– ¿Estás bien, Susanne? – Me preguntó Thomas volviéndome a la realidad – ¿Me sirves la cena?

 

Cenamos en silencio. Hice dormir a Zander y nos fuimos a la cama. Thomas no tardó en quedarse dormido pero yo no podía conciliar el sueño, el contacto con su brazo mecánico me incomodaba. Me levanté y abrí el baúl donde guardaba los tesoros que había podido llevar conmigo: Un libro de poemas regalo de mi padre… él, mi madre y mi hermano fallecieron durante el bombardeo. Un cofre de madera con adornos de nácar y un collar de oro con diamantes herencia de mi abuela… una joya que actualmente no tenía valor, en la mina abundaban los diamantes pero el carbón, necesario para el funcionamiento de las máquinas, era más valioso.

 

Tenía un diario que me ayudaba a conservar mis recuerdos. Entre sus páginas encontré unas hojas secas de lavanda, reliquias de aquellos hermosos campos perfumados y nuestra felicidad perdida. Después del bombardeo a la ciudad llegó hasta la campiña una niebla negra y tóxica que esparció oscuridad y muerte… las cosechas y el agua se contaminaron, las personas y los animales enfermaron, muchos murieron por los problemas respiratorios causados por ésa niebla saturada de azufre y otros gases venenosos.

 

Decían que los soldados enemigos no eran humanos como nosotros, que tenían brazos mecánicos y poseían armas que podían incinerar o congelar a las personas. Bombardeaban una ciudad tras otra, luego la niebla negra y tóxica se extendía por los campos. Los que sobrevivimos al invierno negro tomamos las pertenencias que podíamos cargar y nos dirigimos al sur buscando un lugar habitable pero todo era desolación. Nos convertimos en parias de la guerra, una caravana de fantasmas que vagaba en los campos contaminados y entre las ruinas de las ciudades destruidas sobreviviendo de despojos.

 

Una vez el hambre hizo que comiéramos los frutos ennegrecidos de un árbol que encontramos, los que se saciaron murieron días después vomitando y defecando sangre. Del grupo quedamos cinco personas, estábamos enfermos y famélicos pero seguimos caminando hacia el sur… entonces un día la esperanza se nos presentó bajo la imagen de un campo de trigo con un pozo subterráneo. Nos instalamos en el granero, sobrevivíamos comiendo espigas escuetas y roedores. Pero aquella tranquilidad no nos duró mucho.

 

Una noche fuimos asaltados por una horda de forajidos armados. Nos desalojaron y despojaron de las pocas pertenencias que teníamos y luego quisieron ultrajar a las mujeres. Thomas, Charles y Williams lucharon para defendernos. Williams fue el primero en caer por un disparo que le impactó en el pecho. Charles recibió un balazo en la pierna, luego el hombre que le disparó lo golpeó en la nuca con la culata de su pistola mientras sus dos compinches arrastraron a Candice dentro del granero.

 

Thomas luchaba con tres facinerosos. Uno le hizo un corte en el rostro, él logró quitarle la daga y se la clavó en el estómago… pero otro le encajó un tiro con una pistola modificada destrozándole el brazo derecho y el tercero lo tumbó de una patada en el pecho. Estando en el suelo lo golpearon brutalmente, lo creí muerto y corrí… el hombre que mató a Williams me alcanzó y en el forcejeo recibí el golpe en la cabeza del que no he podido recuperarme. Un instante antes de perder el conocimiento vi una llamarada.

 

Cuando desperté me sorprendí al encontrarme ilesa, exceptuando el golpe recibido en la cabeza. Me encontraba en una carpa médica… mi corazón dio un vuelco de alegría cuando vi a Thomas descansando en otra camilla. Charles y Candice también estaban vivos. Nos encontrábamos en un campamento militar, habíamos sido salvados por una patrulla del enemigo.

 

Fue la primera vez que vi frente a frente a aquellos soldados que tenían modificaciones mecánicas que los convertían en máquinas de guerra. Uno de ellos tenía un brazo mecánico lanzallamas con un depósito de combustible adosado a su espalda, se presentó como el jefe de la patrulla que nos rescató y me entregó nuestras pertenencias recuperadas. Nos llevaron a un campamento refugio para civiles en donde nos recuperamos, aunque Thomas quedó con el brazo inutilizado.

 

Un mes después nuestro Primer Ministro capituló entregando el mando al Emperador Berenssen, éste nombró a cargo al General Falconner quien implantó el gobierno militar. Entonces supimos el motivo de la invasión: Tomar posesión de nuestras minas.

 

No sabíamos cuál sería nuestro destino. El Teniente a cargo del campamento refugio nos informó que a Thomas y Charles les harían las modificaciones mecánicas necesarias para que trabajaran en las minas de carbón, nosotras los acompañaríamos. Si nos negábamos nos fusilarían porque en el nuevo régimen no había lugar para civiles improductivos.

 

Ellos aceptaron, al igual que muchos civiles en la misma situación. Después de las operaciones y que ellos pasaron el periodo de adaptación, nos enviaron al campamento minero. Hicimos el viaje en un ferrocarril custodiado por soldados. Cuando llegamos nos designaron una casa por familia, estaban separadas cincuenta yardas una de otra. Nos dijeron que una diligencia pasaría todas las mañanas para recoger a los mineros y los regresarían al anochecer. Nos extrañó la poca vigilancia que dejaron hasta que supimos que el campamento estaba rodeado de un basural tóxico formado por los desechos, intentar cruzarlo sin los equipos de protección era suicidarse.

 

Nos adaptamos a ésa nueva vida, luego nació nuestro hijo. Thomas hizo lo único que podía hacer bajo aquellas circunstancias… volví a nuestra cama, acaricié su brazo mecánico y me quedé dormida recostada sobre su pecho.

 

Nos despertó un ligero temblor, era el tercero de la semana. Desayunamos, la diligencia recogió a Thomas. Pasé el día remendando ropa. Cuando Thomas regresó me dijo que los mineros estaban preocupados porque nunca antes hubo temblores en la zona. Nos acostamos… a medianoche nos despertó un temblor tan fuerte que nos hizo dejar nuestras casas y reunirnos en la explanada. Siguieron dos réplicas. Un anciano que trabajaba en la mina desde antes de la guerra empezó a desvariar diciendo que habían cavado demasiado y perturbado a los habitantes de lo profundo.

 

– Dices tonterías, anciano – dijo Charles.

– No conoces la mina como yo – respondió el viejo – trabajo aquí desde que era joven, siempre los escuchaba murmurando hasta que el ruido de los picos y las explosiones me dejaron sordo… pero después que me hicieron las mejoras mecánicas volví a escucharlos… están allí, escarbando en la oscuridad y vienen por nosotros.

 

Los mineros rieron y Thomas nos mandó a dormir.

 

En la mañana la diligencia pasó por Thomas. En la tarde recibí una visita: El Teniente Ralph, el hombre del brazo lanzallamas que ahora era nuestro amigo. Nos conseguía té, un artículo de lujo, a cambio de las geodas que le gustaba coleccionar.

 

Estaba comentándole de los temblores cuando un estruendo sordo nos hizo salir de la casa… a cincuenta yardas a la derecha, en el lugar donde estaba la casa de Charles y Candice, se alzaba una polvareda. Ralph fue a investigar… cuando regresó me dijo que sólo encontró un profundo agujero, la casa y mi amiga habían sido tragadas.

 

Escuchamos tremores subterráneos, un estruendo y vimos otra polvareda alzándose a cien yardas a la izquierda… la zona no era segura. Cargué a Zander… Ralph nos hizo subir a su vehículo, un arenero que funcionaba a vapor, y nos dirigimos a la mina. Los estruendos se sucedían uno a otro haciéndose más fuertes… cuando cesaron Ralph detuvo la marcha y con sus binoculares vimos una enorme grieta que se había tragado las casas.

 

Reanudamos el camino a la mina y nos encontramos con sus compañeros de patrulla: Un soldado cuyo brazo tenía implantado un rifle semiautomático, otro al que llamaban el hombre bomba y dos más que tenían otras modificaciones.

 

El escenario que encontramos era espantoso: Un enorme hoyo ocupaba el lugar de la mina… los mineros que consiguieron salir a tiempo miraban consternados la destrucción. No vi a Thomas y me desesperé. El anciano minero nos dijo que lo había visto en el nivel tres y luego escuchó a los habitantes de lo profundo murmurando sus letanías.

 

Ralph dijo que buscaría a Thomas. Ubicó su vehículo multifuncional al borde del hoyo, aseguró un cable a su arnés y empezó a descender. Después de un tiempo de angustiosa espera regresó remolcando a un hombre herido… pero no era Thomas. Ralph se preparaba para volver a bajar cuando escuchamos otro estruendo y entre la polvareda apareció Thomas arrastrándose con su brazo mecánico destruido… corrí a su encuentro.

 

Ralph telegrafió a su base militar informando lo sucedido en la mina y solicitando una furgoneta para transportar a los heridos. Cayó la noche… escuchamos un murmullo que provenía del hoyo, verdaderamente parecía que seres sobrenaturales entonaban una letanía. El miedo apareció en todos los rostros… ya no nos reíamos de las supersticiones del anciano.

 

Estaba sentada en el suelo con Zander envuelto en una manta y sosteniendo la cabeza de Thomas sobre mi regazo. Charles se acercó, no tuve que decirle nada, él sabía que Candice había muerto y apoyó su cabeza en mi hombro para llorar.

 

Escuchamos un ruido, como si algo gigantesco se arrastrara en las profundidades… entonces del hoyo surgió un bicho enorme semejante a un escarabajo. Ralph actuó de inmediato, el bicho lanzó un chillido horrible cuando las llamas lo envolvieron… surgió otro bicho, Ralph lo incineró… también a un tercero… pero el hoyo no dejaba de escupir escarabajos gigantes… el combustible se le acabó. Sus compañeros entraron en acción matando al resto de bichos mientras los demás nos alejábamos tanto como podíamos llevando a los heridos y esquivando las grietas que se abrían.

 

Charles ayudaba a Thomas, dijeron que me adelantara con Zander… los perdí de vista. Luego vi a Thomas acercándose cojeando y a Charles arrojándose contra un escarabajo… aparté la mirada.

 

Ralph y su patrulla se reunieron con nosotros. Era el momento más oscuro de la madrugada y todos estábamos extenuados. Zander lloraba desconsoladamente, Ralph me dio una tableta de chocolate para calmarlo.

 

Entonces volvieron los tremores subterráneos. Los bichos eliminados eran la primera oleada… ahora algo más grande y terrible se acercaba. Los soldados no tenían municiones. Ralph deliberó con su patrulla, el hombre bomba aseguró el cable a su arnés y descendió por el hoyo mientras los demás nos alejábamos del lugar. El estallido nos ensordeció y guardamos silencio por el héroe que se había inmolado… cuando amaneció aún se divisaba la humareda de la explosión.

 

Llegó la furgoneta, nos transportaron a la estación de ferrocarril y luego a una base militar. Lo sucedido en la mina de carbón no fue el único incidente… reportes de otras minas informaron de temblores, hoyos y bichos gigantescos. El anciano minero tenía razón: Cavaron demasiado.

 

Thomas se unió a la milicia y le implantaron otro brazo mecánico equipado para luchar. Mañana Zander y yo abordaremos un vapor que nos llevará al reino de Fransgard donde la hermana de Ralph ha ofrecido recibirnos. En su carta dice que vive en una casa solariega con bellos jardines y podré olvidarme de los horrores vividos… pero no estaré tranquila hasta que la guerra contra los bichos gigantes termine y vea a Thomas y Ralph regresando a salvo.

 

Mis lagunas mentales son más frecuentes pero no se lo he dicho a Thomas para no preocuparlo… escribo todas las noches y leo lo escrito todas las mañanas… espero que cuando ésta pesadilla acabe y él regrese a mi lado yo aún lo recuerde.

 

Estoy sentada en la mecedora del jardín, un niño de cuatro años juega a mi lado. Veo acercarse a dos hombres, uno tiene un brazo mecánico que parece un lanzallamas… el otro tiene un brazo mecánico que parece una bazuca… tiene ojos azules… me abraza… no sé quien es.

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