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Concurso de cuentos retrofuturistas – 1er Puesto – Soldados – por Jim Rodríguez

Añoro saborear el humo del tabaco, conducirlo a través de mi cuerpo y deslizarlo al exterior disipándose ante mis ojos, simulando el estallido de la pólvora que inicia la travesía de la muerte hasta culminar en un charco de sangre y olor de carne quemada. Un crudo recuerdo solo para aquellos que han vuelto de la guerra y mantienen la cordura para revivirlo. No estoy impedido de encender uno, pero ya no encuentro el placer de disfrutarlo desde que vengo por ellos.

Hace frío aquí afuera, solo queda esperarlo. Me vio llegar por el muelle, reconociéndome enseguida, por un breve momento vigiló mis pasos y cambió de rumbo. Sabe el motivo de mi presencia, tiene que asumir las consecuencias del acto que cometió, sin duda en ese bar desea vivir sus últimos momentos de vida saboreando un buen trago mientras las chimeneas, sin descanso, delatan el continuo golpeteo de los martillos del progreso.

Fue difícil aceptar cómo algunos soldados no asimilaron su regreso, por más que intentaron reintegrase fueron presos de la locura y la llevaron hasta el extremo de asesinar a inocentes. Hallaron en el sufrimiento ajeno la única vía para seguir bañados en sangre, peleando por una guerra imaginaria, hasta que una bala perfore su cabeza, y así, escaparán de esta realidad, manteniéndose a salvo, porque aquí solo hay el amargo reflejo de lo que ahora somos… máquinas.

Los filtros en mi nariz me dificultan el poder respirar, producen más molestia que la instalada en mi boca. Mis piernas ya están acostumbradas al peso adicional del acero que llevo. Los primeros diseños tenían válvulas que se accionaban con la presión interna, al final, tuvieron una extraordinaria idea, la de recircular el vapor para que saliera por los tubos que envuelven mi columna, de lo contrario hubiese parecido un maldito dragón de las antiguas leyendas. Todos saben lo que nos hicieron, los periódicos ocultaron la crudeza de las múltiples cirugías, a su manera describieron el proceso, aunque en esas hojas escritas no se refleja el dolor de tan macabro experimento. Dejamos de ser hombres y nacimos como monstruos de carne y acero, carbón y vapor, y sobre todo, escuchando en el silencio de nuestros sentidos el movimiento del pistón reemplazando al latido que Dios nos dio.

El pueblo gritando nuestros nombres al llegar, cansados y agonizantes, describía el entusiasmo por recibir a sus héroes. Para toda la nación era admirable que nuestro batallón, conformado por solo cien hombres, ganara la guerra. Sus muestras de ánimo y devoción fueron un agradecimiento por nuestro sacrificio a cambio de su bienestar y la derrota del enemigo burlando las reglas del juego macabro del combate; aunque el gobierno nos salvó, igualmente estamos condenados a muerte. La única forma de ocultar su falso interés por nuestro porvenir fue darnos estos corazones y pulmones mecánicos para reparar el daño provocado por las bombas experimentales que al caer dispersaban un material que era encendido por el mecanismo de detonación, el gas que se originaba de la explosión afectó nuestros órganos internos. “Los hemos salvado” dijeron los embaucadores, quienes ordenaron que nos coloquen los pistones, engranajes, rodajes y la estructura que reemplazaría nuestros órganos dañados. Para fabricar las piezas usaron un carbón recién descubierto que le daba al acero, unas propiedades únicas permitiendo que el cuerpo no lo rechace.

Como éramos pocos, no les preocupó que en algún momento fuera difícil, sino imposible, encontrar más de ese tipo único de carbón. Fuimos un experimento exitoso, ahora somos héroes de la guerra, sobrevivientes, su orgullo; pero cuando quebrantas la ley, dejas de ser como ellos, te conviertes en el enemigo, y rompes su ilusión ganando su desprecio. Te ignoran… te olvidan.

Mis dedos sujetando el arma se congelan mientras mi pecho vibra al compás del movimiento de las piezas mecánicas rodeadas por mis costillas, el calor que produce este revolucionario ingenio no llega hasta mis manos. Es una lástima, al menos funciona bien.

Lo veo salir, es el momento.

Al estar frente a él levanto mi arma y apunto a su cabeza, en sus ojos solo hay resignación. Parpadeo mientras pronuncio las palabras que él espera: “lo siento amigo, ejecuto tu sentencia”, esa frase dispersada por el frío viento que roza nuestros rostros es suficiente para que sonría. Se saca el sobrero dejándolo caer, luego enciende un cigarro. No disparo, quiero darle un momento más de vida; al percatarse que no lo interrumpo esboza una sonrisa, aspira, una y otra vez. Al terminar levanta la cabeza y solo dice una corta frase: “busca al creador y sabrás la verdad”. Una vez en el suelo y ante la mirada atónita de las personas que han salido del bar, envuelvo su cuerpo y lo preparo para partir.

El dirigible es útil, pero peligroso. Aún no perfeccionan las hélices verticales, la última vez destruyeron la torre de control aduanero. Prefiero subirme al barco cuyas gigantes paletas en movimiento siempre me cautivaron, es un día más de viaje, pero qué importa, podrán esperar por el equipo. Al llegar, entrego su cuerpo y firmo los papeles.

Las palabras de mi antiguo compañero de batalla antes de morir, han sido suficientes para provocar mi curiosidad, debo saber a qué se refería. La única forma de saber acerca del creador, que hizo posible que sigamos viviendo, era buscar en la oficina principal el archivo donde debía figurar su última ubicación. Tuve que esperar hasta la noche para ingresar por el sistema de refracción solar, las ventanas que en el día proporcionaban la luz al complejo eran desplazadas por otras al caer el atardecer, permitiendo mantener adecuadamente la temperatura interior. Durante toda la noche escudriñé entre cajones con información confidencial, al fin, pude encontrar los datos que buscaba, además de su nombre, el lugar de su ubicación.

Tras viajar dos horas fuera de la ciudad llego a las villas, donde están las casas de descanso que poseen los altos mandos del gobierno. Después de estacionarme al frente de la casa llego hasta la puerta principal. Nadie responde a mi llamado, camino alrededor y encuentro la puerta trasera abierta. Saco mi arma y recorro todas las habitaciones encontrando en una al creador quien dormía plácidamente. Lo despierto y mira mi rostro, sus ojos quietos y su rostro impasible me confunden, el cañón de mi arma apunta a su cabeza y no hay ninguna respuesta emocional. He visto esa misma expresión antes en aquellos soldados que invadidos por el miedo pierden la esperanza de vivir y esperan con ansias que una bala acabe con su sufrimiento. Ante mis preguntas contesta sin inmutarse:

“El acero que fue usado para fabricar la máquina que llevas dentro de tu pecho es el único que no es rechazado por el cuerpo humano, lo asimila. No hay otro que pueda reemplazarlo, sin embargo, para construir nuevos brazos y piernas mecánicos, se puede usar otro tipo de acero porque estos miembros sustitutos son externos y se acoplan a los músculos mediante inserciones que activan las células desde los mecanismos instalados en el bíceps y en la pantorrilla. Así, no es tomado como un cuerpo extraño y acepta que se acople al hueso.

Tras aparecer una rara enfermedad que se expandió por la ciudad, descubrieron que afectaba al sistema respiratorio de los infectados, los médicos buscaron la forma de salvarlos, y lo único que podría arrebatarlos de los brazos de la muerte era reemplazar los órganos afectados por la misma máquina que les permitía a ustedes seguir viviendo. El nuevo presidente había instaurado una política armamentista que prevalecía a las necesidades del pueblo, mostrando interés por aquello que lo favorecía, manteniéndose impasible ante la muerte de numerosos trabajadores por este nuevo mal que aquejaba a la capital. Solo mostró interés cuando la enfermedad atacó a unos acaudalados socios financieros; decidieron ayudar a todos aquellos que aportaban su dinero y fábricas para financiarlos, solo ellos merecían una oportunidad, por eso ordenaron matarlos a todos ustedes para quitarles sus equipos e insertarlos en esos inescrupulosos, salvándolos. A los pobres, les negaron la oportunidad de seguir viviendo, terminaron sus días en las fábricas cargando el carbón, no pudieron darse el lujo de esperar el fin postrados en una cama. Necesitaban todo el salario que pudiesen conseguir para que su familia sobreviva, ellos ya no importaban.

Cada vez que traías a uno de los tuyos, tomaban su cuerpo y extraían con cuidado la máquina con las mangueras, tubos, filtros y demás piezas; los limpiaban y les hacían su respectivo mantenimiento.

Los hombres rebosantes de dinero esperaban impacientes que les coloquen el equipo. Recuerdo que se retorcieron de asco cuando supieron que eran de soldados, pagaron por diversas expediciones buscando el mismo carbón, deseaban encontrar un yacimiento que tenga lo suficiente para construir equipos nuevos e inmaculados, no lo hallaron, de hacerlo no habría necesidad de matarlos. Se resignaron, ya no les importaba respirar el vapor del carbón con tal de vivir unos minutos más y disfrutar de su fortuna.

Al principio pretendieron matarlos sin dar ninguna explicación, hacerlo implicaría que el pueblo se indigne al pretender quitarles a sus héroes. Se sentían protegidos por ustedes, una acción que no esperan del gobierno pero si de uno como ellos.

Para continuar con sus planes idearon una estrategia, una vil argucia que haría que los héroes sean vistos como demonios, culparlos de crímenes tan horrendos que las personas no cuestionen su desprecio, así podrían ser eliminados sin reclamos. Escogieron primero a aquellos que perdieron la cordura, no osarían contradecir lo que su mente creía era real, pensando ser culpables y torturados por el remordimiento, aceptarían la ejecución. Pero en algún momento alguien se daría cuenta del engaño y por eso estas aquí.

Cuando el ejecutor que contrataron murió a manos del primer soldado de la lista, entonces, supieron que necesitaban enviar a uno que los conozca, que sepa cómo piensan, cómo reaccionan. Te buscaron, tú eras su comandante. Habías mantenido su integridad en combate y cuando te dijeron que si no aceptabas mandarían mercenarios, decidiste mantener su honor. No deseabas que esa escoria sea lo último que vieran, aceptaste darles la oportunidad de ver a un amigo apretar el gatillo, de saber que le importaban a alguien, al hombre que los dirigió y ayudó a ser por un momento inmortales.

Están preparando una invasión al país vecino, en unos meses tendrán un gran ejército dispuesto a morir por su ambición, jóvenes que irán a la guerra para que otros se enriquezcan. Ustedes fueron los que hicieron realidad que aquellos desdichados se enlisten, ustedes fueron su emblema de patriotismo; más vale un héroe vivo y adorado que uno muerto y olvidado.  Ya no me necesitan, me negué a crear armamento más destructivo, pero otros ya las producen para ellos, esta vez no habrá soldados heridos que vuelvan y sean una nueva carga, vendrán en cajas.”   

Termina su relato, su rostro muestra mucha tristeza. Ahora lo sé, me usaron como a él, como a todos. Pronto vendrán por mí, ya no es un acto de honor, es una cacería. Maldigo el engaño al que me sometieron, fui parte de un gobierno que sacrifica a sus héroes y a su pueblo mediante oscuros planes. Sobreviví por un motivo: la oportunidad de pelear una verdadera guerra por aquellos que realmente la merecen. Debo buscar a mis compañeros, mis soldados, mis amigos… mis guerreros.

Mantengo el dedo en el gatillo, sé que el creador desea morir y yo me opongo. Podemos encontrar la forma de reparar el daño, darle un sentido a nuestras vidas. Empezamos a diseñar nuestro plan…  

Encontré al resto de mi batallón y estos meses hemos luchado logrando avanzar lo necesario, siendo solo diecinueve, conseguimos derrotar a los carros artillados que enviaron para vencernos. Aún recuerdo aquellas espirales de fuego que usaron en la guerra, un mecanismo giratorio que tenía numerosas toberas que lanzaba el fuego una vez activado, quemando un gran número de soldados enemigos, ahogando sus gritos en medio de una nube de carbón y carne calcinada. Sentimos otra vez el endiablado olor de la muerte, al menos el ruido de la batalla nos distrae del sonido de nuestras piezas en movimiento. Hemos jurado acabar con aquel que firmó nuestra salvación y luego nuestra sentencia para vender nuestras vidas por poder. Este complejo militar no es tan difícil de vencer, sus sistemas de seguridad mecánicos, ruedas dentadas y proyectiles disparados con ejes rotativos, van mermando nuestra fuerza, a diferencia de nuestra ira, que aumenta cada minuto. El creador logró, tras cada combate, reemplazar nuestros miembros orgánicos por otros mecánicos accionados por un nuevo tipo de carbón procesado y piezas extraídas de los equipos que les quitamos a los acaudalados. La revolución continúa al ritmo del movimiento de nuestros pistones, mientras nuestras armas esperan ser nuevamente accionadas por nuestras manos que terminan en fuertes dedos de acero aceitado.

Es el momento que esperábamos todos, quedamos seis del batallón que volvió de la guerra para ser un símbolo del pueblo, ese mismo pueblo que ahora, armado y hambriento nos sigue dispuesto a luchar con nosotros por la ansiada libertad. Temo que muchos de esos pobres morirán, sus cuerpos orgánicos se destrozan bajo el fuego enemigo. Me levanto y avanzo hacia el último lugar que protege al gobierno corrupto, mis pesadas piernas despedazan los escombros. Ellos miran mi nueva piel, acero tras acero, mi armadura que cubre al soldado como un caballero.

Levanto el brazo sujetando mi arma, es la señal. Todos corren a enfrentar al poder opresor, luchan a nuestro lado, como yo… son soldados.

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